sábado, 2 de septiembre de 2023

Silva Herzog, Hayek y la especialización de los economistas

Hace muchos años, al ingresar a la licenciatura en economía recibí un ejemplar de la “Homilía para futuros de economistas” del economista mexicano Jesús Silva Herzog (1892-1985), que al parecer fue publicada por primera vez en 1956 (texto aquí). En este ensayo, Silva Herzog ofreció su versión acerca de los conocimientos que debe adquirir los economistas y sobre las funciones que deben desempeñar en la sociedad. Luego de recordar la célebre frase de John Maynard Keynes (1883-1946) de que “la Economía es una materia fácil en la que son muy pocos los que logran destacar”, Silva Herzog escribió:

J. A. Schumpeter, en su obra póstuma titulada Historia del Análisis Económico, escribe que las herramientas del economista son la teoría económica, la historia económica, la sociología económica y la estadística. A mi entender hay que agregar la geografía, en primer lugar; y, en segundo, una cierta dosis de matemáticas y a guisa de complemento el resto de las ciencias sociales. Finalmente, no dañaría al economista adquirir algunos conocimientos generales sobre biología. Se dirá que estoy pidiendo demasiado y esto tal vez es verdad. Estoy pidiendo demasiado porque pienso en la responsabilidad del economista en la hora aciaga que estamos viviendo; porque conozco las posibilidades del economista de cuerpo entero para contribuir a superar la profunda crisis en que impotente se agita el hombre contemporáneo.

Pero no basta ser ilustrado para ser útil a la humanidad en general y en particular al grupo social en que se ejerce alguna acción rectora: es menester vivir preocupado por el grupo social y por la humanidad, por sus problemas vitales y por sus anhelos de superación. El que sólo sabe, no sabe para qué sirve lo que sabe, si no sabe sentir las palpitaciones del mundo circundante. Lo que me importa afirmar es que el economista sin preocupaciones sociales, sin un sentido social de la Economía, es un mutilado que se mueve en ámbito estrecho, sin alas en el pensamiento y sin capacidad constructiva y creadora. Es claro que no todos los economistas ni los aspirantes a economistas, tienen igual capacidad intelectual. Unos son o podrán llegar a ser buenos artesanos de la Economía, útiles como los peones en el juego de ajedrez; otros alcanzan o alcanzarán la categoría de técnicos distinguidos, aptos para manejar con seguridad y soltura la variada herramienta, y sólo unos pocos, ciertamente muy pocos, merecerán la honrosa designación de hombres de ciencia. Y el auténtico hombre de ciencia es aquel que vive poseso de un amor apasionado por la verdad y un hondo interés desinteresado por la suerte del género humano. Por eso todo hombre de ciencia verdadero es humanista y todo verdadero humanista es hombre de ciencia. El estrecho maridaje de las humanidades con la ciencia es la fórmula suprema de la cultura.

Retrato de Jesús Silva Herzog de 1977 por Felipe Cossio del Pomar (1888-1981).
Colección: Colegio Nacional de México.

Inmediatamente, Silva Herzog trató el tema de la especialización que deben tener los economistas:

No se me oculta la dificultad de que un economista abarque con amplitud y profundidad todos los campos de la Economía, por lo cual no puedo negar la necesidad de la especialización; más ésta, obviamente, debe ser posterior a los conocimientos generales a que arriba se hizo referencia. No se puede ser oftalmólogo sin conocer la anatomía y la fisiología del ojo, ni ingeniero especializado en la construcción de puentes sin saber matemáticas. Ya lo he dicho otras veces y me gusta repetirlo: no hay que ver el paisaje por una estrecha claraboya, porque será fragmentario y engañoso, sino por amplios ventanales abiertos a todos los rumbos.

Es noción elemental que no puede siquiera concebirse al especialista en moneda, comercio exterior, economía industrial o hacienda pública, sin una sólida base teórica, sin tener muy presente el espacio geográfico y sin contacto estrecho con la realidad del momento histórico.

Para Silva Herzog la especialización era ineludible, pero, en tanto la importante responsabilidad de los economistas para superar los problemas sociales, no debía estrechar sus miras. En otras disciplinas la especialización era permisible, pero en la economía no. 

"Friedrich August von Hayek" (1982) por Rodrigo Moynihan (1910-1990).
Crédito de la fotografía: National Portrait Gallery, London.

También en 1956, el economista austriaco (y de la escuela austriaca) F. A. Hayek (1899-1992), en “The Dilemma of Specialization”, se expresó en términos similares sobre que los grandes economistas necesitan más que conocimientos económicos:

It may well be that the chemist or physiologist is right when he decides that he will become a better chemist or physiologist if he concentrates on his subject at the expense of his general education. But in the study of society exclusive concentration on a speciality has a peculiarly baneful effect: it will not merely prevent us from being attractive company or good citizens but may impair our competence in our proper field—or at least for some of the most important tasks we have to perform. The physicist who is only a physicist can still be a first class physicist and a most valuable member of society. But nobody can be a great economist who is only an economist—and I am even tempted to add that the economist who is only an economist is likely to become a nuisance if not a positive danger.

Entre los economistas, los beneficios de la especialización han tenido mucha atención desde los inicios de la disciplina. Adam Smith (1723-1790) apuntó que la división internacional del trabajo genera ganancias de especialización que, a su vez, profundizan la división del trabajo. Un círculo virtuoso hace que individuos, empresas y naciones exitosos lo sean cada vez más. No obstante, Silva Herzog y Hayek manifestaron su desacuerdo con la excesiva especialización dentro de la profesión debido al peculiar papel que asignaron a los economistas en la sociedad.

Nota: En un post anterior me pregunté "Homilia para futuros economistas" fue publicada por primera vez en 1961, pero, al parecer, fue en 1956.

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