domingo, 18 de mayo de 2014

Reseña I: “La gran búsqueda” de Sylvia Nasar


Mi primera impresión al leer La gran búsqueda. La historia de los genioseconómicos que cambiaron el mundo de Sylvia Nasar –autora de Una mente brillante, la biografía de John Nash- fue que estaba ante un texto similar a otras obras de divulgación como el clásico Cazadores de microbios de Paul de Kruif o los libros sobre la historiade México de Enrique Krauze. Es decir, al estilo de dichos autores en sus ámbitos, Nasar hace una crónica del pensamiento económico a través de las biografías de las personas que lo construyeron y transformaron, sin dudar en establecer vínculos entre sus vidas privadas y sus proyectos intelectuales.

Para enganchar a un público amplio, la estrategia de trazar gestas militares o científicas a partir de retratos biográficos parece efectiva: como los biólogos de de Kruif o los próceres de Krauze, los economistas retratados por Nasar no son distantes nombres en libros de textos o estatuas de bronce, sino seres humanos –eso sí, excepcionales– empeñados en la gran búsqueda de ideas útiles que impulsen a la Humanidad a la libertad y la prosperidad.

Marx, Engels, Webb, Marshall, Fischer, Keynes, Robinson, Schumpeter, Hayek, Samuelson, Friedman, Sen y otros aparecen con mayor o menor prominencia en el texto. La autora hace un recorrido a través de los encuentros y desencuentros entre escuelas de pensamiento económico y, necesariamente, entre liberalismo y socialismo, para llegar a la conclusión de que el mejor arreglo es uno que incluya libre mercado, Estado de Bienestar y políticas macroeconómicas keynesianas. La premisa/apuesta/conclusión de Nasar es segura y útil. Es segura porque, efectivamente, la mayoría de economistas coincidiría en una combinación de lo anterior. Es útil porque permite delimitar el alcance del libro y construir una línea argumental. Si bien esta decisión útil tiene sus claras ventajas, considero necesario hacer algunas anotaciones.

En primer lugar, Nasar tiende a sobreestimar contribuciones para fortalecer su narrativa. Por ejemplo, puesto que la autora sugiere que el Estado de Bienestar es uno de los grandes legados de los economistas a la Humanidad, el guion requiere de una personalidad que lo haya desarrollado teóricamente y promovido. La figura elegida es Beatrice Webb. Esta elección es problemática si se toma en cuenta que la señora Webb difícilmente ha sido una figura influyente en la disciplina ya que no generó un cuerpo de ideas que haya cohesionado o integrado a un grupo aunque sea minoritario de economistas en una escuela de pensamiento, como sí lo hicieron Joan Robinson o Friedrich Hayek. Además, se afirma que los trabajos de Webb y colaboradores, especialmente el Minority Report publicado en 1909, contribuyeron decididamente en el establecimiento del Estado de Bienestar en Reino Unido y el resto de Europa. Se puede argumentar que lo anterior es un anacronismo, puesto que el inicio del Estado de Bienestar europeo se puede datar a finales del Siglo XIX en la Alemania gobernada por Otto von Bismarck, mientras que en el Reino Unido las reformas en este sentido se debieron al Reporte Beveridge de 1942. En todo caso, la autora debió reconocer que su objetivo era rehabilitar o recuperar la figura de Beatrice Webb.

En segundo lugar, Nasar tiende a subestimar disensos. Milton Friedman tiene asignado un papel secundario o de reparto en la historia, lo que podría justificarse en la necesidad de acotar el volumen del texto. Finalmente, la autora ya relató el enfrentamiento intelectual entre Keynes y Hayek. Sin embargo, el problema es que parece que el retrato incompleto de Friedman está más al servicio de una narrativa del consenso que de señalar con claridad la evolución de las ideas del personaje a lo largo de su vida. Es cierto que una etapa de la carrera de Friedman fue muy influenciada por Keynes, pero pareciera que a la autora le resulta incómodo profundizar en las ideas posteriores de Friedman más críticas sobre el uso de la política fiscal para manejar la demanda agregada y, en general, la efectividad de las acciones gubernamentales.

En conclusión, Sylvia Nasar ha escrito un libro de relativa fácil lectura para los no economistas cuyas referencias literarias, históricas y biográficas lo amenizan. En lo personal, le agradezco el optimismo que muestra con el futuro de la Economía y la capacidad de los economistas para contribuir al progreso humano, pero me queda la sensación de que el tono decididamente militantes que adoptó le llevó a olvidar que en la ciencia no hay victorias completas. Creo que eso es algo que los economistas deberíamos tener siempre presente.

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