sábado, 29 de junio de 2013

Análisis económico del apartheid



Nelson Mandela, una de las figuras más sobresalientes del Siglo XX, se encuentra en una condición muy delicada de salud. Creo que para entender mejor su legado, sería útil conocer explicaciones del surgimiento y caída del apartheid, el sistema contra el que él y otros lucharon, desde diversas perspectivas. Debo aclarar que no soy ni pretendo ser un experto en el tema, sino que simplemente ofrezco una interpretación económica, con lo estimulante o reduccionista que les pueda parecer a unos u otros.

Si bien hubo antecedentes, el apartheid fue un sistema legal de segregación racial aplicado formalmente de 1948 a 1994 por el Partido Nacional de Sudáfrica que por diseño buscaba extraer rentas e impedir que el pastel económico creciera para todos (ver un post previo sobre unas ideas de Greg Mankiw sobre la ineficiencia económica de los sistemas extractores de renta). William Hutt (pdf) se sirvió de la teoría económica de los grupos no competidores (non-competing groups) para explicar el surgimiento del apartheid: gracias a que por el uso de la fuerza se impide la competencia, los integrantes del grupo dominante son capaces de alcanzar un monopolio relativo de sus servicios y, de esta manera, incrementar tanto sus salarios promedio como la brecha salarial con respecto a los excluidos.

Tener una idea de la composición racial de Sudáfrica es fundamental. La población se dividía en cuatro grupos principales: los negros o africanos, los blancos, los indios (originarios de la India y Pakistán) y los mulatos o coloureds (surgidos de la mezcla entre los blancos y los indígenas nativos ahora extintos).  Además, los dos grupos más numerosos estaban subdivididos. Por un lado, los africanos se encontraban fragmentados en tribus, como los xhosas  a la que pertenece Mandela  y los zulúes. Por el otro, la población blanca estaba compuesta principalmente por dos grupos lingüísticos y culturales: los ingleses, cuya lengua nativa es el inglés y que descienden de los inmigrantes británicos de principios del Siglo XIX; y los bóeres o afrikáneres, cuya lengua es el afrikáans y provienen de inmigrantes de los Países Bajos del Siglo XVII. Si para algunos estas diferencias culturales explicaban las tensiones que había entre grupos, otros aspectos económicos y políticos contribuyeron a mayor polarización.

Si bien los ingleses y los bóeres compartían el color de la piel, tenían otras características que los hacían diferentes más allá de rivalidades previas. Los ingleses, la minoría blanca, eran relativamente mejor educados y con ingresos mayores que los bóeres, la mayoría blanca. Al mismo tiempo, si bien los bóeres y los negros diferirían notablemente en el color de la piel, no eran tan diferentes en sus niveles educativos y en sus aspiraciones laborales. Por ejemplo, a inicios del siglo XX los bóeres y los africanos competían por puestos de trabajo en el sector de la minería, mientras que a las empresas no les molestaba obtener mano de obra barata.

Aunque los bóeres eran mucho menos que los africanos, tenían una ventaja: estaban mejor representados políticamente, lo que les permitió crear un sistema legal que segregó a la población del país y obtener rentas económicas extraordinarias. En 1948 el Partido Nacional llegó al poder, apoyado por los trabajadores bóeres, e impulsó legislaciones que aumentaron los obstáculos para que los negros accedieran a los puestos de trabajo, además de que los sindicatos de trabajadores blancos – con el respaldo del poder público – incrementaron su capacidad de negociación. Al mismo tiempo, los trabajadores negros se vieron en la práctica impedidos para formar sindicatos fuertes. En este contexto, sucesivas reformas legislativas permitieron reservar empleos a trabajadores blancos, así como dividir salarios por sectores, lo que dificultaba la sustitución de trabajadores bóeres por fuerza de trabajo africana. Incluso, los sindicatos blancos lograron crear clasificaciones por grado de competencia laboral para cada ocupación en varias industrias, de tal manera que se ranqueaban las ocupaciones de mayor a menor nivel, asignando los empleos menor calificados y peor pagados a los no blancos. Puesto que la segregación del apartheid también se extendió a las escuelas, los trabajadores blancos siempre fueron considerados “más calificados”, lo que les aseguró los puestos mejor remunerados.

Frecuentemente se afirma que el fin del apartheid se debió a la presión internacional de los países occidentales contra el gobierno sudafricano. Pero si se tiene en cuenta que la segregación es costosa e ineficiente, se podría pensar que en el largo plazo el sistema era también inestable. En este sentido, Martine Marriotti presenta evidencia de que la caída del apartheid se explica por factores económicos internos. Paradójicamente, haber conseguido el objetivo de aumentar las brechas salariales y educativas contribuyó a acabar con este sistema y a que el país transitara hacia la democracia en 1994. Puesto que apartheid permitió que los bóeres incrementaron a su favor las brechas salarial y educativas, la competencia laboral entre blancos y negros perdió importancia. Además, la persistente segregación en contra de la población negra significó que su productividad permaneciera baja, lo que en el largo plazo obstaculizó el crecimiento de la economía e impidió que el bienestar de los blancos aumentara más.

Hutt admite la posibilidad de que a medida que la rentabilidad por discriminar para un grupo disminuye, las actitudes de sus integrantes cambian. Por su parte, Marriotti considera que las preferencias de los blancos por discriminar no necesariamente cambiaron, sino que fueron superadas por sus preferencias por ingresos mayores. Como sea, en las décadas de 1960 y 1970 las restricciones laborales paulatinamente se relajaron, aunque la situación política fue más resistente. Y allí, en el desacoplamiento entre las condiciones económicas que empezaron a cambiar y las políticas que no lo hacían u obstaculizaban el cambio, es donde personajes como Mandela, F. W. De Klerk o Desmond Tutu fueron fundamentales.

Después de 20 años de la caída del apartheid, no cabe duda que algunos de sus aspectos siguen afectando en mayor o menor medida a la economía sudafricana de la actualidad. Por un lado, según algunos estudios, la mayor inclusión aceleró en los años inmediatamente posteriores el crecimiento económico del país. Sin embargo, este mayor crecimiento ha sido insuficiente para satisfacer las expectativas generadas y las necesidades de empleo y bienestar para toda la población sudafricana. Quizá con la intención de borrar el legado de discriminación del apartheid, los gobiernos del Congreso Nacional Africano - que ha apoyado las presidencias de Nelson Mandela y sus sucesores – optaron por aplicar regulaciones y acciones afirmativas excesivas en el mercado laboral, lo que estaría afectando la capacidad de la economía para genertar empleos. Además, la mayor inseguridad y el temor a recibir represalias de índole racial provocaron que numerosos blancos bien educados abandonaran el país, lo que disminuyó la productividad de la economía, por lo que se han iniciado políticas para incentivar la repatriación (pdf).

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