Para enganchar a un público amplio, la
estrategia de trazar gestas militares o científicas a partir de retratos
biográficos parece efectiva: como los biólogos de de Kruif o los próceres de Krauze,
los economistas retratados por Nasar no son distantes nombres en libros de
textos o estatuas de bronce, sino seres humanos –eso sí, excepcionales– empeñados
en la gran búsqueda de ideas útiles que impulsen a la Humanidad a la libertad y
la prosperidad.
Marx, Engels, Webb, Marshall, Fischer, Keynes,
Robinson, Schumpeter, Hayek, Samuelson, Friedman, Sen y otros aparecen con
mayor o menor prominencia en el texto. La autora hace un recorrido a través de los
encuentros y desencuentros entre escuelas de pensamiento económico y, necesariamente,
entre liberalismo y socialismo, para llegar a la conclusión de que el mejor
arreglo es uno que incluya libre mercado, Estado de Bienestar y políticas
macroeconómicas keynesianas. La premisa/apuesta/conclusión de Nasar es segura y
útil. Es segura porque, efectivamente, la mayoría de economistas coincidiría en
una combinación de lo anterior. Es
útil porque permite delimitar el alcance del libro y construir una línea
argumental. Si bien esta decisión útil tiene sus claras ventajas, considero
necesario hacer algunas anotaciones.
En primer lugar, Nasar tiende a
sobreestimar contribuciones para fortalecer su narrativa. Por ejemplo, puesto
que la autora sugiere que el Estado de Bienestar es uno de los grandes legados de
los economistas a la Humanidad, el guion requiere de una personalidad que lo
haya desarrollado teóricamente y promovido. La figura elegida es Beatrice Webb.
Esta elección es problemática si se toma en cuenta que la señora Webb difícilmente
ha sido una figura influyente en la disciplina ya que no generó un cuerpo de
ideas que haya cohesionado o integrado a un grupo aunque sea minoritario de
economistas en una escuela de pensamiento, como sí lo hicieron Joan Robinson o
Friedrich Hayek. Además, se afirma que los trabajos de Webb y colaboradores,
especialmente el Minority Report publicado
en 1909, contribuyeron decididamente en el establecimiento del Estado de
Bienestar en Reino Unido y el resto de Europa. Se puede argumentar que lo anterior
es un anacronismo, puesto que el inicio del Estado de Bienestar europeo se
puede datar a finales del Siglo XIX en la Alemania gobernada por Otto von Bismarck,
mientras que en el Reino Unido las reformas en este sentido se debieron al
Reporte Beveridge de 1942. En todo caso, la autora debió reconocer que su
objetivo era rehabilitar o recuperar la figura de Beatrice Webb.
En segundo lugar, Nasar tiende a subestimar
disensos. Milton Friedman tiene asignado un papel secundario o de reparto en la
historia, lo que podría justificarse en la necesidad de acotar el volumen del
texto. Finalmente, la autora ya relató el enfrentamiento intelectual entre
Keynes y Hayek. Sin embargo, el problema es que parece que el retrato
incompleto de Friedman está más al servicio de una narrativa del consenso que
de señalar con claridad la evolución de las ideas del personaje a lo largo de
su vida. Es cierto que una etapa de la carrera de Friedman fue muy influenciada
por Keynes, pero pareciera que a la autora le resulta incómodo profundizar en
las ideas posteriores de Friedman más críticas sobre el uso de la política
fiscal para manejar la demanda agregada y, en general, la efectividad de las acciones
gubernamentales.
En conclusión, Sylvia Nasar ha escrito un
libro de relativa fácil lectura para los no economistas cuyas referencias
literarias, históricas y biográficas lo amenizan. En lo personal, le agradezco el
optimismo que muestra con el futuro de la Economía y la capacidad de los
economistas para contribuir al progreso humano, pero me queda la sensación de
que el tono decididamente militantes que adoptó le llevó a olvidar que en la
ciencia no hay victorias completas. Creo que eso es algo que los economistas
deberíamos tener siempre presente.