Se cumplieron 50 años del otorgamiento de un Premio Nobel de Economía controvesial: el que recibieron conjuntamente F.A. Hayek (1899-1994) y Gunnar Myrdal (1898-1987) "por sus trabajos pioneros en la teoría del dinero y las fluctiaciones económicas, y por sus penetrantes análisis de las interdependencia de fenomenos económicos, sociales e institucionales".
Aunque como economistas Hayek y Myrdal se interesaron por temas similares, sus ideas y opiniones eran contrarias. El austriaco era un defensor del libre mercado y crítico del excesivo intervencionismo gubernamental; el sueco era un comprometido militante socialdemócrata que influyó en implantar el Estado de bienestar en su país. Otorgar este premio podría verse como uno favorable al pluralismo científico e ideológico, pero, ciertamente, muchos no vacilaron en cuestionar la naturaleza cientifica de la economía. Un chiste popular entre economistas es que la economía es la única ciencia en la que dos personas pueden recibir el Premio Nobel por afirmar exactamente lo contrario.
Hayek y Myrdal tenían dudas sobre que la existencia del Premio Nobel en Economía fuera apropiada. En su discurso del banquete del Premio Nobel, que reproduzco abajo, Hayek dijo que si le hubieran consultado sobre la creación del premio, él hubiera aconsejado en contra. Dos años después, cuando Milton Friedman (1912-2006) recibió el Nobel, Myrdal se manifestó por abolirlo por considerar que la economía era una ciencia "suave", cargada de valores sociales y políticos, diferente a ciencias "duras", como la física y la química, en las que no importan las opiniones políticas de los ganadores; Myrdual incluso afirmó que debió declinar el premio, pero el anunció lo agarró muy temprano en la mañana con la guardia baja.
Como sea, aquel diciembre de 1974 Hayek y Myrdal estuvieron en Oslo, la capital de Noruega, para la premiación. Hayek tuvo la oportunidad de pronunciar un breve discurso en el banquete que a continuación reproduzco:
Your Majesty, Your Royal Highnesses, Ladies and Gentlemen,
Now that the Nobel Memorial Prize for economic science has been created, one can only be profoundly grateful for having been selected as one of its joint recipients, and the economists certainly have every reason for being grateful to the Swedish Riksbank for regarding their subject as worthy of this high honour.
Yet I must confess that if I had been consulted whether to establish a Nobel Prize in economics, I should have decidedly advised against it.
One reason was that I feared that such a prize, as I believe is true of the activities of some of the great scientific foundations, would tend to accentuate the swings of scientific fashion.
This apprehension the selection committee has brilliantly refuted by awarding the prize to one whose views are as unfashionable as mine are.
I do not yet feel equally reassured concerning my second cause of apprehension.
It is that the Nobel Prize confers on an individual an authority which in economics no man ought to possess.
This does not matter in the natural sciences. Here the influence exercised by an individual is chiefly an influence on his fellow experts; and they will soon cut him down to size if he exceeds his competence.
But the influence of the economist that mainly matters is an influence over laymen: politicians, journalists, civil servants and the public generally.
There is no reason why a man who has made a distinctive contribution to economic science should be omnicompetent on all problems of society – as the press tends to treat him till in the end he may himself be persuaded to believe.
One is even made to feel it a public duty to pronounce on problems to which one may not have devoted special attention.
I am not sure that it is desirable to strengthen the influence of a few individual economists by such a ceremonial and eye-catching recognition of achievements, perhaps of the distant past.
I am therefore almost inclined to suggest that you require from your laureates an oath of humility, a sort of hippocratic oath, never to exceed in public pronouncements the limits of their competence.
Or you ought at least, on conferring the prize, remind the recipient of the sage counsel of one of the great men in our subject, Alfred Marshall, who wrote:
“Students of social science, must fear popular approval: Evil is with them when all men speak well of them”.
Ante la peligrosa autoridad moral que un Premio Nobel podía otorgar en una disciplina como la economía, Hayek sugirió que los ganadores hicieran un juramento de humildad, similar a un juramento hipocrático, de que nunca sus pronunicamientos públicos escederían los límites de su competencia. Desconozco si Hayek pronunció este discurso por iniciativa propia o lo consultó con Myrdal, pero es consistente con los trabajos de Hayek sobre los límites del conocimiento y que los economistas deberían evitar la arrogancia a la hora de estudiar el sistema económico.
El llamado es sensato pero tengo reservas. No creo que recibir un premio sea una razón para limitar las opiniones de una persona, aunque al emitirlas se salga de su campo de conocimiento. Como sociedad nos podríamos perder de ideas valiosas por más polémicas o incómodas que sean para algunos. Siempre es posible que otra persona de gran autoridad, quizá ganadora del Premio Nobel en Economía o experta en el tema en cuestión, pueda confrontar esas ideas. Y así tenemos un debate.