Justo a 10 años del fallecimiento de Elinor
Ostrom (7 de agosto de 1933-12 de junio de 2012), la primera mujer galardonada
con el Premio Nobel de Economía, vale la pena recordar que nunca obtuvo un
doctorado en Economía, aunque alguna vez lo intentó. Ella llegó a contar que al buscar ser admitida en el doctorado (Ph.D.) del Departamento de Economía de la Universidad de California en Los
Ángeles (UCLA), fue desalentada puesto
que no había tomado suficientes cursos de matemáticas. Como una mujer, previamente
la habían aconsejado a no tomar cursos más allá de álgebra y geometría en el
bachillerato (high school). El Departamento de Ciencias Políticas de UCLA
también tuvo sus reservas en admitir a una mujer a su programa de doctorado,
pero finalmente le dieron una oportunidad. Como sea, Ostrom no necesitó un
doctorado en Economía para hacer contribuciones importantes no únicamente a la
disciplina económica, sino a otras ciencias sociales.
Para describir algunas de sus contribuciones
más relevantes, me enfocaré en su libro más famoso: El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva. Aquí,
a un nivel particular, la contribución de Ostrom puede entenderse como una investigación
que llevó a una mejor comprensión de los problemas que entrañan el manejo y la
conservación de los recursos naturales. Ella se concentró en un tipo específico
de recursos naturales: los de uso común o colectivo, los cuales se caracterizan
por ser escasos, su utilización por un individuo excluye a los demás de su
aprovechamiento y es complicado establecer derechos de propiedad individual
bien definidos. Los bosques, lagos y praderas de los cuales leñadores,
pescadores o granjeros obtiene beneficios individuales son ejemplos de bienes
comunes susceptibles de ser explotados en exceso.
Previo al trabajo de Ostrom, el biólogo Garrett Hardin había concluido que las iniciativas colectivas por racionalizar los
recursos naturales de uso común tendrían como único resultado su uso irracional;
es decir, serían sobreexplotados. Teóricamente, la conclusión de que los
usuarios de recursos de uso común tienen incentivos privados insuperables para
actuar en detrimento de los intereses colectivos se basaba en la tragedia de
los bienes comunes, el juego del dilema del prisionero y la lógica de la acción
colectiva. Derivado de ello, la mayoría de los analistas coincidían
en que el único camino era centralizar la propiedad de los recursos naturales,
pero con recomendaciones en sentidos opuestos. En uno, se proponía estatizar de
tal manera que los gobiernos se encargaran de controlar los recursos
naturales. En el otro, se sugería privatizarlos estableciendo derechos de
propiedad bien definidos. Ostrom, cuestionando el énfasis puesto en la
propiedad de los recursos naturales, planteó otra opción consistente en que los
involucrados retuvieran los recursos y, de manera cooperativa, establecieran su
propio sistema de gobierno sobre ellos. Es decir, establecer instituciones de
acción cooperativa.
Vale la pena explicar la metodología de
Ostrom, ya que es poco común a la que predomina en las investigaciones
económicas. Consistió, primero, en estudiar detalladamente un conjunto amplio
de casos (tanto de éxitos como de fracasos) de gestión de diversos recursos naturales
de uso común; luego, en hacer inferencias que se pudieran aplicar a la
generalidad y, finalmente, en plantear una teoría de las acciones colectivas. Con
base en lo anterior, Ostrom identificó el principal problema de las estatizaciones
y privatizaciones fallidas: condiciones imposibles de cumplir en la práctica. Por
una parte, las estatizaciones ideales requieren que la autoridad tenga suficiente
información sobre las condiciones del recurso natural y el comportamiento de
los usuarios, a fin de supervisar y sancionar correctamente. Por la otra, las
privatizaciones ideales parten del supuesto de que establecer derechos de
propiedad por sí mismo es suficiente para asegurar la buena administración de
los recursos, sin considerar que en muchos casos la forma de establecerlos no
es obvia ni trivial. Por ejemplo, ¿tiene sentido fraccionar un lago?
Cuando estudio los casos en los que los
recursos naturales declinaron a pesar de que estuvieron involucradas instituciones
de acción colectiva, Ostrom encontró la clave de los sistemas exitosos de gestión
de los recursos de uso común: la participación de los involucrados, la cual
favorece establecer reglas y normas duraderas que faciliten la supervisión y
resolución de conflictos. Así, mediante el análisis comparativo entre los casos
fallidos y los exitosos, Ostrom abrió la discusión sobre otras opciones
institucionales, en las que los usuarios establecen contratos o reglas del
juego que favorecen la cooperación para el uso racional y sustentable de los
recursos.
Me gustaría replantear estas contribuciones de Ostrom a un nivel más general: logró una mejor comprensión de las características que deben tener las instituciones que favorecen la cooperación entre individuos para lograr mejores resultados económicos y, al hacerlo, proporcionó elementos teóricos y empíricos para ampliar el conjunto de soluciones factibles a los problemas de manejo de recursos. Lejos de creer que las instituciones de acción colectiva constituían una panacea, Ostrom documentó casos en los que estatizaciones y privatizaciones han dado buenos resultados. Incluso, afirmó que muchos de los casos de éxito resultaron de mezclar soluciones públicas y privadas. Una enseñanza que Ostrom nos legó es que, ante una realidad compleja, haríamos muy bien en renunciar a soluciones únicas o universales, de tal manera que admitamos que cada situación impone retos propios y que las opciones de solución puedan darse en varias direcciones.
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Hay personas y temas a los que uno regresa de vez en cuando. Otros posts sobre Elinor
Ostrom en este blog pueden leerse aquí y acá.