domingo, 12 de junio de 2022

Una década sin Elinor Ostrom


Justo a 10 años del fallecimiento de Elinor Ostrom (7 de agosto de 1933-12 de junio de 2012), la primera mujer galardonada con el Premio Nobel de Economía, vale la pena recordar que nunca obtuvo un doctorado en Economía, aunque alguna vez lo intentó. Ella llegó a contar que al buscar ser admitida en el doctorado (Ph.D.) del Departamento de Economía de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), fue desalentada puesto que no había tomado suficientes cursos de matemáticas. Como una mujer, previamente la habían aconsejado a no tomar cursos más allá de álgebra y geometría en el bachillerato (high school). El Departamento de Ciencias Políticas de UCLA también tuvo sus reservas en admitir a una mujer a su programa de doctorado, pero finalmente le dieron una oportunidad. Como sea, Ostrom no necesitó un doctorado en Economía para hacer contribuciones importantes no únicamente a la disciplina económica, sino a otras ciencias sociales.

Para describir algunas de sus contribuciones más relevantes, me enfocaré en su libro más famoso: El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva. Aquí, a un nivel particular, la contribución de Ostrom puede entenderse como una investigación que llevó a una mejor comprensión de los problemas que entrañan el manejo y la conservación de los recursos naturales. Ella se concentró en un tipo específico de recursos naturales: los de uso común o colectivo, los cuales se caracterizan por ser escasos, su utilización por un individuo excluye a los demás de su aprovechamiento y es complicado establecer derechos de propiedad individual bien definidos. Los bosques, lagos y praderas de los cuales leñadores, pescadores o granjeros obtiene beneficios individuales son ejemplos de bienes comunes susceptibles de ser explotados en exceso.

Previo al trabajo de Ostrom, el biólogo Garrett Hardin había concluido que las iniciativas colectivas por racionalizar los recursos naturales de uso común tendrían como único resultado su uso irracional; es decir, serían sobreexplotados. Teóricamente, la conclusión de que los usuarios de recursos de uso común tienen incentivos privados insuperables para actuar en detrimento de los intereses colectivos se basaba en la tragedia de los bienes comunes, el juego del dilema del prisionero y la lógica de la acción colectiva. Derivado de ello, la mayoría de los analistas coincidían en que el único camino era centralizar la propiedad de los recursos naturales, pero con recomendaciones en sentidos opuestos. En uno, se proponía estatizar de tal manera que los gobiernos se encargaran de controlar los recursos naturales. En el otro, se sugería privatizarlos estableciendo derechos de propiedad bien definidos. Ostrom, cuestionando el énfasis puesto en la propiedad de los recursos naturales, planteó otra opción consistente en que los involucrados retuvieran los recursos y, de manera cooperativa, establecieran su propio sistema de gobierno sobre ellos. Es decir, establecer instituciones de acción cooperativa.

Vale la pena explicar la metodología de Ostrom, ya que es poco común a la que predomina en las investigaciones económicas. Consistió, primero, en estudiar detalladamente un conjunto amplio de casos (tanto de éxitos como de fracasos) de gestión de diversos recursos naturales de uso común; luego, en hacer inferencias que se pudieran aplicar a la generalidad y, finalmente, en plantear una teoría de las acciones colectivas. Con base en lo anterior, Ostrom identificó el principal problema de las estatizaciones y privatizaciones fallidas: condiciones imposibles de cumplir en la práctica. Por una parte, las estatizaciones ideales requieren que la autoridad tenga suficiente información sobre las condiciones del recurso natural y el comportamiento de los usuarios, a fin de supervisar y sancionar correctamente. Por la otra, las privatizaciones ideales parten del supuesto de que establecer derechos de propiedad por sí mismo es suficiente para asegurar la buena administración de los recursos, sin considerar que en muchos casos la forma de establecerlos no es obvia ni trivial. Por ejemplo, ¿tiene sentido fraccionar un lago?

Cuando estudio los casos en los que los recursos naturales declinaron a pesar de que estuvieron involucradas instituciones de acción colectiva, Ostrom encontró la clave de los sistemas exitosos de gestión de los recursos de uso común: la participación de los involucrados, la cual favorece establecer reglas y normas duraderas que faciliten la supervisión y resolución de conflictos. Así, mediante el análisis comparativo entre los casos fallidos y los exitosos, Ostrom abrió la discusión sobre otras opciones institucionales, en las que los usuarios establecen contratos o reglas del juego que favorecen la cooperación para el uso racional y sustentable de los recursos.

Me gustaría replantear estas contribuciones de Ostrom a un nivel más general: logró una mejor comprensión de las características que deben tener las instituciones que favorecen la cooperación entre individuos para lograr mejores resultados económicos y, al hacerlo, proporcionó elementos teóricos y empíricos para ampliar el conjunto de soluciones factibles a los problemas de manejo de recursos. Lejos de creer que las instituciones de acción colectiva constituían una panacea, Ostrom documentó casos en los que estatizaciones y privatizaciones han dado buenos resultados. Incluso, afirmó que muchos de los casos de éxito resultaron de mezclar soluciones públicas y privadas. Una enseñanza que Ostrom nos legó es que, ante una realidad compleja, haríamos muy bien en renunciar a soluciones únicas o universales, de tal manera que admitamos que cada situación impone retos propios y que las opciones de solución puedan darse en varias direcciones.

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Hay personas y temas a los que uno regresa de vez en cuando. Otros posts sobre Elinor Ostrom en este blog pueden leerse aquí y acáEn este post retomé ideas de una reseña de El gobierno de los bienes comunes que publiqué hace varios años en la desaparecida revista Punto de Acuerdo

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