Albert O. Hirschman (1915-2012), en Salida, voz y lealtad (1970) escribió:
Así como resultaría imposible ser bueno en un mundo sin pecado, carece de sentido hablar de lealtad a una empresa, partido u organismo poseedor de un monopolio indestructible. La lealtad pospone la salida, pero su existencia misma se basa en la posibilidad de tal salida.Para las situaciones en las que las personas están en desacuerdo con la calidad de los bienes o servicios o en ciertas políticas, Hirschman analizó y, hasta cierto punto, trató de conciliar la opción de salida - estudiada por los economistas para el mercado competitivo o para votar con los pies como en el modelo de Tiebout - con la opción de la voz o la protesta - explorada por los polítólogos.
Si es claro que la salida es la solución típica de mercado - un consumidor puede moverse sin remordimiento de una empresa a otra para mantener su bienestar -, en el caso de instituciones políticas o sociales - como el Estado, la tribu o la familia - la misma estrategia no es necesariamente factible en el corto plazo, pues implica traicionar o ser desleal con algo que nos interesa emocionalmente.
Pero la combinación de ambas opciones tampoco es obvia. Hirschman pensó que una posibilidad para la que la voz funcione eficientemente y mejore lo que nos interesa es que la amenaza de salida sea creíble. Pero si la salida es demasiado sencilla, paradójicamente perdería fuerza. Ahí, en la capacidad para posponer la salida, fortalecer la voz e impedir que los organizaciones que nos interesan declinen o desaparezcan, es donde la lealtad tiene importancia para Hirschman.
Valdría la pena pensar en la combinación de salida y voz en situaciones en las que la lealtad llega a ser contraproducente, por ejemplo, al dar origen a tabúes o alargar la existencia de organizaciones en extremo ineficientes o innecesarias. ¿Y si los leales se transforman en villanos?
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